En la antesala de la Semana Santa, propongo enfocarnos en la Cruz. Expondré el misterio de la Cruz y, a continuación, presentaré cinco ideas que ayuden a contemplar la Pasión y Muerte de Jesús. ¿Para qué? Para descubrir el amor de Dios que encierran y así aprender a amar en la escuela del Amor divino. El miércoles santo de 1301, santa Ángela de Foligno, meditando sobre la muerte del Hijo de Dios, escuchó dentro de sí estas palabras: “No te he amado en broma”. Leer y vivir la Pasión sanará la ceguera del corazón. Y así podamos comprender este misterio de amor y repetir con alegría y agradecimiento: ¡Cómo nos amaste, Jesús, cómo nos amaste!
Antes de empezar, recuerdo dos ideas. La primera: cuando san Pablo dice que Cristo “murió por nosotros” (Romanos 5, 8), no excluye que ese amor sea un amor personal. Murió “por nosotros” significa que “murió por cada uno de nosotros”. “Por nosotros” no tiene sentido colectivo sino distributivo, “por cada uno”. Por eso, Pablo confesará: “vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2, 20). “Por mí”; incluso si yo hubiese sido la única persona en el mundo, Él lo habría hecho. Es así verdaderamente porque el amor de Cristo es infinito al ser divino, no solo humano. Y lo infinito no se divide en partes, está todo él en todos. Todo el amor de Cristo revelado en su Pasión está en mí; es causa de mi alegría y fundamento de mi esperanza. Y todo el amor de Cristo está también en el hermano; es causa de mi respeto y caridad hacia él (ref. Cantalamessa, Dando un fuerte grito, expiró).