El Año litúrgico acaba en noviembre (este año el 1 de diciembre será el 1º domingo del Adviento). En este mes la Iglesia, a través de la Palabra de Dios, nos recuerda las verdades que iluminan el final de la vida, con el propósito de preparar el camino del Cielo. Todos sufriremos la muerte, pero el cristiano la afronta con una segura esperanza: Dios nos está aguardando para abrazarnos para siempre. “Porque la paga del pecado es la muerte, mientras que el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Romanos 6, 23). Esta vida es prólogo de la muerte, y la muerte el prólogo del Amor para siempre. Morir es entrar en la Vida. Es la vida que Dios regala a sus hijos por el Bautismo. Es la vida que disfrutaremos plenamente en el Cielo, si sabemos vivirla en la tierra. Jesús lo prometió en el Discurso de despedida en la Última Cena: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros” (Juan 14, 1-3). En definitiva, es una vida anclada en el amor fiel que Dios nos tiene, que procuramos corresponder a pesar de nuestros defectos y miserias, gracias a su ayuda. Y que se certifica con el amor: a Dios y a los demás.